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Uzbekistán: Una joya de La Ruta de la Seda

Uzbekistán: Una joya de La Ruta de la Seda

Después de los cinco días que pasé en Turkmenistán, tocaba cruzar una nueva frontera y avanzar hacia el este. Uzbekistán era el nuevo destino. Allí tenía previsto conocer tres ciudades, dos de ellas míticas en La Ruta de la Seda: Bujará y Samarkanda y la tercera, su capital: Taskent. Fue una pena no poder ver Jiva pero me desviaba mucho de mi camino y tuve que saltármela.

En la frontera

Ya adelanté en el artículo dedicado a Turkmenistán «Qué complicado es entrar en Turkmenistán y más, estar», que durante el rato que estuve esperando a que las autoridades fronterizas turkomanas, abriesen la valla para acceder al edificio de control de pasaportes y equipaje, tuve tiempo de conocer a gente.

Ruslan un entrenador de tenis uzbeko que estaba esperando con dos de sus pupilas, Alina y Jasmina, a entrar y cruzar a su país, me estuvo explicando varias cosas para moverme por allí, desgraciadamente ninguna de ellas me sirvió posteriormente y más adelante contaré algunas.

Cuando llegó el momento de cruzar la valla, el primer soldado miró mi pasaporte y me dio acceso, luego control completo y registro de los datos para posteriormente de nuevo rellenar un impreso de salida del país, registro del equipaje, preguntas de rigor y a controlar y registrar de nuevo tus datos, esta vez en el ordenador.

Tras eso, cruzar la puerta del edificio y avanzar por tierra de nadie hasta la frontera uzbeka. Allí de nuevo todo el papeleo y el registro. Un consejo, si viajáis por esta zona del mundo, Asia Central, lo de respetar el orden de llegada no está muy arraigado, ya que señoras, hombres o camioneros ¡todos! tienen la manía de colarse sin ningún miramiento. Así que tenéis que estar vivos y adelantaos a su movimiento en cualquier lugar y situación, no solo en la frontera.

Destino Bujara

Ruslan que había podido pasar antes que yo, me estaba esperando con Alina y Jasmina para subir al primer transporte de la frontera y llegar hasta la primera barrera, posteriormente otro transporte, hasta la puerta donde ya un taxi nos llevaría hasta Bujará. En total sin contar con el taxi que pagué para llegar a la valla turkomana, entre unas cosas y otras desembolsé 20$ más: 3$ en el primer taxi, 3$ en el segundo y 14$ más para llegar hasta la ciudad.

Ya en Bujará nos despedimos, nos hicimos la foto de rigor para el recuerdo y me dirigí a la puerta de la muralla donde había quedado con Alexey, con el que contacté a través de Couchsurfing, que, aunque no podía ofrecerme su casa para poder estar esos dos días que anduve por allí, sí que me acompañó y me enseñó algunas partes de la ciudad.

Una de las cosas que más agradecí es que me ayudase a encontrar un buen hotel, barato y cómodo, donde estar y que dirigían Samat. El encargado, Nodirbek un adolescente muy espabilado y al parecer heredero del local (se llamaba igual que él) y por último, Lazza, el empleado con quien conecté muy bien.

Bujará: la bonita 

Después de dejar mis cosas en la habitación, Alexey me acompañó al banco a sacar algo de dinero, ya que me habían desplumado nada más llegar al país. Pude sacar dólares y luego cambiarlos por sums la moneda uzbeka.

En Uzbekistán, ojo al dato, es más rentable cambiar en el mercado negro que ir a un banco a hacerlo, la diferencia dependiendo de la cantidad es notable. En el banco te dan 2.320 sum, cambio oficial a día de hoy; en el mercado negro llegan hasta los 3.000 sum y un pico más por dólar. Y en cualquier lugar, puedes encontrar a alguien que está dispuesto al cambio.

No se si casualidades de la vida, pero por la tarde cuando volví a quedar con Alexey, que vino acompañado de dos de sus amigos, fuimos juntos a un club de tenis para echar unos pelotéos, que después de conocer a Ruslan, el entrenador de tenis, me sorprendió.

Antes de empezar a jugar yo creía que sería el jugador más malo y no daría ni una, pero resultó ser que era el que más pelotas metió dentro del campo y más estilo tenía a la hora de golpearlas ¡Imaginaos como jugaban los otros tres! Fue más que nada un cachondeo y una forma de entrar en contacto con mi anfitrión y sus colegas divirtiéndonos.

Conociendo Bujara de noche

Después de sudar un poco la camiseta me dirigí de nuevo al hotel, cené y salí a ver la ciudad de noche pensando que los edificios más emblemáticos estarían iluminados.

Durante el paseo me perdí por el barrio viejo y gracias a Doston, al que pregunté para orientarme y me acompañó todo el camino, pude llegar y ver lo que buscaba. Con menos luz de la esperada hice unas pocas fotos para el recuerdo y volví al día siguiente por la mañana para poder verlo todo mucho mejor.

Y Bujara de día

Cuando amanecí y tras desayunar, el desayuno estaba incluido en el precio de la habitación, salir a dar un paseo y conocer algo de la ciudad. Alexey vino conmigo con la intención de reunirnos con un amigo suyo en su casa, no lo encontramos. De vuelta dimos con una galería de fotografías y decidimos entrar.

El lugar era auténtico de verdad y lo mejor es que los que lo habitaban lo eran tanto o más que el edificio y el patio. Nos sentamos con ellos a charlar, yo pude comprar unas postales hechas a partir de las fotografías de Shavkatb, que me encantaron. Shavkatb estaba en ese momento acompañado de dos amigos: Nishon un músico de música tradicional y Omar.

Ya os dije en otro artículo, que si sabes algo de fútbol por estos lares, se te abren puertas, o por lo menos conectas con la gente. Eso me ocurrió y nos invitaron a tomar unos tés después de la visita a la galería y a que pasásemos de nuevo por la noche a compartir unos vodkas uzbekos y comer algo.

La fiesta, cena y resaca posterior

Durante la tarde, esperando la hora para ir de nuevo a la galería, unos chavales que jugaban al fútbol y estaban hospedados en le mismo hotel se acercaron a mi curiosos por saber de donde venía y allí estuvimos charlando como pudimos y haciendo unas risas y como no, unas fotos.

Cuando llegó la hora, salí hacia mi cita con mis nuevos amigos, esta vez acompañado de Daniel, un francés que estaba en el mismo hotel y que conocí poco antes en la recepción. Al rato se unió a nosotros mi amigo de Couchsurfing Alexey y más tarde llegó Omar con el vodka para mojar la ensalada y los quesos que Shavkatb había preparado para cenar.

Pudimos charlar un buen rato, hasta que llegó la hora de cerrar la galería y me dirigí de nuevo al hotel. Alexey tenía cosas que hacer y se fue, así que yo decidí que seguiría un poco más la fiesta y entré en el bar que había enfrente del hotel a tomar unas cervezas y fumar una sisa. Al día siguiente lo pagué caro, la resaca con la que me levanté no me dejó pensar con claridad y tenía que seguir viaje hacía Samarkanda.

De Bujara a Samarkanda

Me fui a despedir de Shavkatb, esperé al minibus que me llevaría hasta la terminal de autobuses y tuve la suerte de que el siguiente que salía con dirección a la mítica ciudad era pasada media hora.

El viaje en autobús fue parecido a una pesadilla. El conductor daba la impresión de que corría un rally; el autobús se balanceaba como un barco, hubo momentos en los que incluso temí por mi integridad física. Así de exagerado y real y aunque elegí un espacio al final del autobús, que afortunadamente no tenía el asiento de delante colocado, y pude ir a mis anchas. El descanso que esperaba para recuperar fuerzas no lo pude tener.

Algo que he apreciado en algunos desplazamientos en autobús, durante el viaje por tierras asiáticas, es que al parecer, sus conductores ¡no necesitan ir al baño en ningún momento! En este caso tardó más de 3 horas en hacer la primera parada con un poco de tiempo, momento que aprovechamos muchos para bajar a hacer nuestras necesidades en medio del campo, porque claro, no paró exactamente para favor de los viajeros, simplemente tenía que seguir recogiendo más pasaje

Samarkanda: belleza e historia

Cuando llegué, entero, a Samarkanda, uno de los ayudantes del autobús me prestó su teléfono para que pudiese localizar a Shukhrat, el dueño del hostel donde estaría hospedado mis dos días en la ciudad.

Aquí también contacté con personas a través de Couchsurfing, aunque sin éxito en la respuesta. El hostel estaba un poco apartado de la zona ‘turistica’ del centro, aunque el precio fue de los mejores que encontré. El lugar era nuevo y muy acogedor. Además Shukhrat vino a buscarme con su coche, un servicio gratuito que ofrece a sus clientes y que es de agradecer en una ciudad desconocida.

Nada más llegar al hostel me adjudicaron una habitación para mi solo, no muy grande pero cómoda y Yulduz, su mujer, que por cierto está esperando su primer retoño, me preparó una ensalada y una sopa como bienvenida. Otro buen detalle de Shukhrat tras el viaje y haber podido comer poco esa mañana. Finalmente el día lo dediqué a descansar, trabajar con el ordenador y poco más.

Visitando Samarkanda y sus increíbles monumentos

A la mañana siguiente, si que me decidí a conocer la ciudad. Quería ver todo lo que pudiese, entre otros las tres Madrazas: Ulugh Beg, Sherdar y Tilla-Kari; la Mezquita Bibi Khanum; el Mausoleo Gur-E-Amir y el Mausoleo Rukhobod. La necrópolis Shah-i-Zinda; las ruinas Afrasiab o el Observatorio Ulugh Beg. Un plan demasiado ambicioso para solo un día ocupado en ello, por lo que me tuve que conformar con ver únicamente algo de ello, como el mausoleo Rukhobod por donde comencé.

Un gran inconveniente que me encontré para poder visitar el interior de estos espectaculares e históricos monumentos fue el precio, ya que, por el simple echo de ser extranjero, la cantidad que tienes que pagar multiplica por 30 el de los uzbekos, de 500 sums a 16.000 en el caso de las tres Madrazas en la plaza Registán.

Seguí con la visita por fuera y en el camino me encontré con la galería de arte Chorsu que esta vez era gratuito y parecía interesante. Y lo fue. Tras esto, un alto en el camino y a reponer fuerzas. Entré en un bar cercano y comí una buena sopa y una ensalada y seguí con el recorrido buscando la mezquita Bibi Khanum, que al igual que el mausoleo, tenía un precio, nuevamente superior a mis posibilidades, entre ambas sumaban 20.000 sums, así que visita por fuera y poco más.

El bazar de Siyob, en Samarkanda

Otro de esos lugares históricos que buscaba era el bazar de Siyob, distinto a todos los demás que había podido ver en esta parte del mundo y lleno de especias y frutos secos, entre otras cosas.

Durante el paseo alguien me preguntó mi procedencia y cuando le dije que era español, me contestó con un «¡Hola! ¿cómo estás?» que me alegró, por lo que me quedé charlando allí un buen rato. Samat me contó un montón de cosas de su país, como la costumbre de las bodas multitudinarias con, en algunos casos, más de 1.000 comensales cuando la pareja es pudiente. Aunque normalmente ronda los 125 invitados, una cifra sorprendente para un español ¿no?.

Por cierto que esta conversación vino motivada por la pregunta que me acompañaba desde que entré en Irán «¿estás casado?» «no, sigo soltero y sin hijos» » ¿por qué?» «¿por qué no?» suelo contestar  acompañado de un «I’m freedom» y eso les encanta.

Estando en tan entretenida charla apareció por allí un guía con sus turistas, resultaron ser españoles de vacaciones en Uzbekistán, pude conversar con ellos y conocerlos, se agradeció hablar español por un rato. El avispado guía, que se las conocía todas, me dio un consejo para pasar gratis a todos los monumentos: hacerme una acreditación de prensa o tour operador y decir que venía a visitarlos para hablar de la ciudad o traer posibles clientes en el futuro.

Ya lo sabéis, si venís por aquí, haceos una acreditación lo más convincente posible y luego utilizadla bien para pasar.

En mi caso era real, ya que el blog me sirve como plataforma para contar lo que voy viendo y así lo he hecho, hago y seguiré haciendo. Lastima no haber conocido al guía antes y haber sabido este detalle, ahora os estaría contando como son esos monumentos por dentro.

Buscando el banco para sacar dólares (esto es un tip)

Tras el largo paseo hasta que se casi se puso el sol, me dirigí de nuevo al hostel a descansar, al día siguiente me esperaba una jornada matinal movida, era lunes y tenía que buscar un banco donde sacar dinero y pagar así los días de hospedaje y también el viaje a Taskent, que tenía previsto hacer a mediodía después de comer.

Tuve que darme un buen paseo por Samarkanda, Shukhrat me había indicado el Banco Nacional de Uzbekistán pero al llegar allí me dijeron que no, que tenía que ir al Kapital Bank, cerca de la Universidad.

Como las indicaciones no fueron muy claras necesité preguntar y conseguí encontrar a Sirojjiddin, que no solo me indicó sino que me acompañó y además me invitó al autobús para llegar. Decir que al principio dudé de sus consejos y le hice perder el primer autobús disponible, él pacientemente me espero y me convenció de lo que fue posteriormente evidente. Estaba donde él me decía y no donde me habían dicho en el anterior banco.

Conseguido el dinero volví al hostel, pagué y Shukhrat accedió a acompañarme con su coche hasta la parada de taxis para ayudarme a negociar el precio, conocedor del idioma y las costumbres. El taxi era la manera más cómoda y sobre todo tenía más tiempo que si elegía el tren. El precio fue parecido, así que realmente me convino esta opción y más teniéndolo a él de complice.

El viaje en el taxi duró algo más de cuatro horas entre paradas para fumar, llenar el deposito de gas y recorrer algo más de 300 Km. Por cierto, gasolineras hay, pero están todas cerradas y para los coches que todavía andan con gasolina funciona el mercado negro, que no se esconde mucho, así que es casi gris. En cualquier cuneta puedes encontrar a gente que te vende garrafas de gasolina a un precio bastante caro para Uzbekistán.

Taskent: La capital de Uzbekistán, la gran urbe

Llegamos de noche y mi anfitrión Aki, que había aceptado acogerme por tres días a través de Couchsurfing, llegó enseguida a nuestro punto de encuentro en la entrada del mercado al lado de su casa.

Esa noche únicamente estaba Mehroj uno de los cuatro amigos que comparte el piso con él y pudimos cenar y conocernos charlando, entre otras cosas de sus trabajos y mi viaje.

Por cierto, en Asia Central también se extiende y comparte la costumbre de comer sobre una alfombra en el suelo con únicamente un mantel para apoyar los platos, al igual que descalzarse para entrar en las casas ya que la religión musulmana es mayoritaria entre la población.

Tras la sabrosa cena que me prepararon nos fuimos a dormir y a la mañana siguiente a comprar al mercado para poder cocinar para ellos, como le dije a Aki cuando lo contacté.

Cuando volvió a casa al día siguiente, antes de su horario habitual ya que yo estaba allí, nos fuimos a la policía para poder corroborar que, tal y como me había comentado Ruslan en la frontera, con mi visado de turista podría estar en su casa sin problemas, pagando una tasa de 10$ al estado.

No fue así, el policía que nos atendió nos dijo que estaba prohibido tajantemente acoger a un extranjero con visado de turista en casas particulares y debía de ir a un hotel, ya que allí me darían un papel acreditando mi hospedaje. Este dato era algo que ya sabía por las otras dos ciudades por donde había pasado en Uzbekistán que me lo entregaron.

Buscando hostal tras la mala noticia de la policía

Fue un jarro de agua fría para ambos, Aki se encontraba muy a gusto y yo también compartiendo esos días juntos, nos hicimos buenos amigos, así que tocaba buscar un hostel y tratar de que fuese lo más barato. Llamamos a uno que encontré por internet, con la intención de que nos hiciese ese papel a cambio de algo de dinero, pero no la totalidad del precio por los dos días y lo que nos encontramos fue con una negativa que además, aumentó el precio si quería ir allí finalmente.

Como la persona que nos atendió no sabía si era yo u otra persona la que había preguntado, reservé a través de la página web de hostels.com y cuando llegué pague la mitad de lo que le había dicho a Aki por teléfono. Un caradura, que además, cuando salí de allí me insistió en poner un ‘excelente’ en la página web de reservas para hacer que subiese su puntuación. Por supuesto es algo que ni hice, ni haré y menos por intentar manipular mi opinión, que, aunque no sea mala, tampoco es la mejor del lugar y menos, excelente. Por eso tampoco pongo fotos.

Durante mi estancia en Taskent pasé la mayor parte del tiempo con Aki y sus amigos, el hostel solo sirvió para dormir y desayunar, sobre todo porque cuando ellos venían a buscarme les prohibían estar dentro conmigo y esperarme. Un detalle que me disgustó y nunca comprendí, así que aparecíamos lo justo. Básicamente cuando yo llegaba para descansar del día.

En una de esas mañanas del hostal conocí a otros huespedes: Megumi una japonesa muy simpática que me regalo un detalle tipo amuleto para protegerme durante el viaje y Michelle y Dave, una pareja de americanos que llevaban más de cinco años en ruta y que también tienen un blog contando su historia.

La última noche que estuve en Taskent aproveché para para dar un buen paseo junto a Aki y Mehroj y poder visitar las zonas y edificios más emblemáticos de la ciudad, que hasta entonces por unas cosas u otras no había podido ver. Taskent es una ciudad grande pero tiene menos historia que Bujará o Samarkanda y eso también se refleja en su arquitectura.

Despedida de Taskent, Uzbekistán y viaje a Kirguistán

La mañana de mi partida, Aki vino a buscarme al hostel con Bakhodir y los tres nos dirigimos a las afueras de la ciudad, donde Bakhodir negociaría un precio con un taxista para que pudiese llegar hasta la frontera con Kirguistán; más de 400 Km que haría con una señora y sus tres niños. La habilidad de Bakhodir en la negociación hizo que me ahorrase bastante dinero, ya que normalmente los taxis llevan hasta Andiján, ciudad cercana, desde donde normalmente debes de tomar otro taxi que te lleve hasta la misma frontera, que me ahorré.

Ya allí, me despedí de Worup y nos hicimos la foto de rigor. Worup condujo bastante bien para lo normal en esas carreteras, me sentí seguro todo el camino y fue cortés y amable parando cuando lo necesitaba, eso sí el coche hacía unos ruidos que por momentos creí que no llegaría. El cruce de la frontera fue tranquilo y la policía de fronteras amable y en algún momento hasta graciosa conmigo.

Y una última cosa, si no hubiese usado finalmente los hoteles no hubiese pasado nada, porque aunque tuve en mi mano los registros que me entregaron en las tres ciudades para enseñarlos al funcionario de la frontera, nadie me los pidió y me quedé con una sensación extraña de que podría haber ahorrado un dinero importante para el resto del viaje, esto al menos en Taskent. Eso sí, no lo recomiendo a nadie, quizás yo no tuve que enseñarlos, pero otros viajeros me dijeron que si se los pidieron y si no los tienes, puede acarrearte problemas para salir del país.

Otra de esas rarezas inútiles de Uzbeksitán es que tienes que declarar al entrar el dinero que llevas encima y supere los 10$ en cualquier moneda no uzbeka y a la salida declarar la misma o menor cantidad, ya que si la supera tendrás que dejar la diferencia de propina al estado.

Siempre hay trucos, yo usé el del que se hace el tonto y cuenta el dinero que lleva en el bolsillo, bien a la vista, aunque luego en la mochila guardé algo más (que pude sacar esa noche en Taskent con Aki), el caso era dar una cifra menor que a la entrada, de 61$ a 50$, nadie me registró tan minuciosamente como para descubrirlo.

Este a sido el artículo dedicado a Uzbekistán, una joya de la Ruta de la Seda, algo largo, pero que espero comprendáis ya que eran tres ciudades de las que hablar.

Pedir disculpas por el tiempo que he tardado en publicarlo, realmente han sido varias las razones para ello, pero no pondré excusas y diré que me ha costado más de lo que esperaba yo mismo, así que el siguiente dedicado a Kirguistán trataré de que sea más rápido y contar los días que pasé en este país, en la ciudad de Osh, el más amable de toda Asia Central con los extranjeros y donde esperé varios días antes de cruzar a China, donde ahora me encuentro y de donde hay y habrá mucho que contar.

Hasta entonces y como siempre….

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